Por: @kpdelahoz
Cuando la pandemia por coronavirus me llevó de un encuentro semanal en un salón de clases con mis estudiantes universitarios a un encuentro sincrónico, también semanal, a través de Google Meet, no vi venir el que considero fue el reto grande del semestre que acaba de concluir: la falta de signos no verbales.
Mis estudiantes, salvo contadas y esporádicas excepciones, no prendían sus cámaras; las primeras semanas pensé que yo era el problema y que debía motivarlos a que lo hicieran, luego concluí que si no lo hacían era porque no querían; finalmente, decidí que no podía ser blanco o negro y empecé a buscar los grises.
Googleé y busqué en Twitter, hablé con colegas y les pregunté a mis estudiantes; identifiqué tres ‘ladrones’ del lenguaje no verbal en las clases sincrónicas a través de videollamadas:
Protección del yo digital: las representaciones digitales tienen poco de espontaneidad. Repetimos una foto hasta que queda perfecta para subirla a Instagram. Eliminamos una nota de voz y la volvemos a grabar hasta que estamos cómodos con el resultado final. El video sincrónico nos da poca posibilidad de esa edición de nosotros mismos a la que estamos acostumbrados en la vida digital. En cambio, nos obliga a lucir como queremos ser percibidos y a permanecer así por largos periodos de tiempo. Esto puede ser agotador, resultar incómodo e implicar más trabajo del que estamos dispuestos a asumir en cuarentena.
Miedo al ridículo: nadie quiere ser protagonista de un hecho cómico o bochornoso que lo haga el centro de atención de la clase. Las probabilidades de que esto suceda aumentan en una casa llena de personas que continuan sus rutinas mientras las clases se desarrollan.
Deseo de preservar la condición de igualdad: El salón de clases físico iguala a todos los estudiantes: mismo mobiliario, misma ventilación, misma iluminación, mismas condiciones de conexión. La casa deja al descubierto diferencias sociales y económicas que no suelen exponerse en un aula.
Identificar estos tres ‘ladrones’ me ayudó a estar en paz conmigo misma y con mis estudiantes. Ante la complejidad de abordar los problemas de fondo, ahora busco las pistas que antes me daba el leguaje no verbal en el chat que se activa durante las clases sincrónicas, en la frecuencia de las intervenciones en voz, en el tipo de preguntas que recibo en clase y en las que me llegan a través de mensajes directos en el transcurso de la semana.
No es un sistema ideal, solo funciona para leer a quiénes se involucran de alguna forma y para identificar a quienes no lo hacen en absoluto. Sin embargo, fue lo máximo que logré en 5 meses de cuarentena. Si alguien tiene otras ideas, estaré feliz de escucharlas.
P.D. Otro debate más serio, con más tela por cortar y que tomará fuerza cuando tengamos las cifras de deserción universitaria para segundo semestre de 2020, es el rol de la educación superior en un mundo post pandemia y en el que los MOOCs parece que empiezan a ocupar el lugar de la educación técnica.
También debemos empezar a hablar en serio de desigualdad tecnológica.
Todo parece indicar que las cámaras apagadas son el menor de nuestros problemas.
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