La premisa es simple, pero la olvidamos con frecuencia. Tal vez, la sensación de intimidad que desarrollamos con nuestro computador personal, teléfono o tableta nos hace perder de vista que una vez hundimos enter nuestros pensamientos, confesiones, declaraciones, ataques de ira, insultos o bromas son públicos para siempre.
Hagamos un ejercicio sencillo. Miremos nuestras cuentas en Twitter. ¿De cuántos trinos nos avergonzaríamos ante un futuro empleador? ¿Cuántos nos harían perder puntos en una primera cita? ¿Por cuantos tweets tendríamos que dar una explicación, aunque sea breve, a nuestro jefe? ¿Cuántos comentarios comprometerían nuestra idoneidad para desarrollar un trabajo? ¿Cuántos nos harían sonrojar ante un socio o cliente?
Hashtags como #LasMonasDelcongreso, #CanjesDelTLC, #OtrosUsosParaBlackberry, #CosasQueMeEmputan #FrasesDespuesDelSexo o #SiUnExtranjeroPregunta, por citar algunos ejemplos, pueden ser divertidos. Sin embargo, más allá de las risas y simpatías que nos generan al utilizarlos, pueden terminar revelando información que en un futuro podría ser contraproducente.
En Colombia aún falta tiempo para que las empresas entren a internet a reclutar personal, pero estoy convencida de que una vez tienen un candidato rastrearán su huella digital para decidir si lo quieren en su nomina o no. Ese búsqueda no tendría por qué preocuparnos, y no sería una prueba de fuego si solemos recordar con frecuencia que todo lo que publicamos es público, y que nuestra actividad en la web dice más de nosotros que las cartas de recomendación que juiciosamente hemos adjuntado en nuestra hoja de vida.
Por: @kpdelahoz