
Fotografía tomada por Mary Sue, y con libre distribución en http://www.everystockphoto.com
Por tatta25
Con el accidente del helicóptero de la Fuerza Aérea el 30 de abril pasado en Sabanagrande, Atlántico, quedó en evidencia el mal uso que puede dársele a las nuevas tecnologías.
Los vecinos del área vecina donde quedaron muertos los 13 militares y policías corrieron al lugar del siniestro a fotografiar y grabar los cuerpos y restos de la nave.
La mañana siguiente fui al área a hablar con los habitantes para hacerle seguimiento al hecho y me encontré con varios de ellos ofreciéndome fotos y videos a cambio de unos cuantos pesos.
A varios colegas les escuché decir que las ofertas prometían detalles en primerísimo plano de lo inenarrable: pareciera que la ecuación era ‘a más sangre, más dinero’. Sentí indignación al llegar y ver a la gente sacándole provecho a la tragedia de quienes fueron descritos como héroes por maniobrar la aeronave para que no cayera sobre las casas.
Es un hecho que con la popularización de los teléfonos celulares y de internet hay reporteros en cada lugar: si un ciudadano es testigo de un suceso puede tomar una fotografía, tuitearla e informarle al mundo lo que está ocurriendo. Pero, esa distribución indiscriminada de cámaras y teléfonos tiene en el mal uso que pueda dársele al material obtenido con ellos su aspecto negativo.
Ahora, cada vez que hay un accidente es común que los curiosos tomen fotos, ya sea para informar por redes sociales, por morbo o para ofrecerle el material a los medios.
Al reprocharle a un habitante que hubiera fotografiado los cuerpos me dijo: ‘¿Cuál es la diferencia? ¿No es lo mismo que hacen ustedes los periodistas?’
¿Qué podía decirle si tenía toda la razón? Me quedé callada y seguí haciendo entrevistas, confundida con la lección que el lugareño me había dado.