Por Andrés Delgado
Los alumnos de la universidad más irregulares, extraños y chocantes, son los primíparos. Siempre es fácil distinguirlos porque andan juntos como pollos, vayan donde vayan, nunca se separan. Salen de clase muertos de la risa, como si estuvieran aún en el colegio y cuando recuerdan el documento que deben leer para la próxima semana, salen disparados en para la fotocopiadora. Y todos hacen fila. No se les ocurre delegar a uno, entre todos, para que recoja la plata y haga el mandado.
Los primíparos se meten al baño a la misma vez, almuerzan juntos y no alzan la mano en clase para preguntar por temor a quedar en ridículo. Lo más fastidioso sucede cuando invaden la biblioteca. Es entonces cuando se comprueba que un primíparo no sabe estudiar. Porque sentarse con más de cinco amigos es la peor manera de preparar un examen parcial. Un grupo así de grande hace de todo menos estudiar.
Pero los primíparos creen que lo están pasando cool, que la universidad es un parche de fin de semana y que el resto de la universidad se comporta como ellos. Aún no entienden que deben respetar a los ‘profes’ y administrar con cautela las horas de estudio. A un primíparo se le nota que aún no ha trasnochado ni ha perdido Álgebra Lineal ni Cálculo Diferencial.
Los primíparos todavía no se preocupan por afinar una técnica de estudio, una que garantice buenas notas y pocas noches de trasnocho. En el primer semestre estos pollos no saben estudiar directamente de los libros, sino que se conforman con las notas tomadas en el cuaderno de clase.
Los primíparos de la universidad se parecen a los reclutas del ejército. Ambos comparten el desconocimiento de las mínimas reglas de las instituciones a las que pertenecen. Los reclutas, por ejemplo, en la instrucción, mantienen la sombra de la barba, no saben disparar, ni limpiar un fusil. No consiguen marchar en forma ordenada y no saben de memoria las 11 estrofas del himno nacional. Los reclutas no visten de camuflado, sino un uniforme caqui llamado “el habano”. El tradicional camuflado verde es un premio que los reclutas aún no merecen. De modo que vestidos con “el habano”, los reclutas se distinguen de los soldados “antiguos” y los comandantes pueden controlarlos más fácilmente.
Nadie quiere un recluta por ahí suelto en el batallón, metiendo la pata por causa de su ingenuidad. Además del torturante entrenamiento, llevar “el habano” es permanecer en ridículo. Incluso, una forma de castigar a un soldado “antiguo” es decomisarle “el camuflado” y obligarlo a usar “el habano”. La sanción resulta una verdadera vergüenza.
En la universidad, los primíparos no llevan uniforme. Pero, la verdad, no lo necesitan. Con sólo verlos a la distancia, caminando en gallada, se sabe quiénes son. El entrenamiento de un primíparo dura seis meses. Cuando están en segundo semestre, ya entendieron, por fin, que no es buena idea gozarse al profesor. Entonces miran a los primíparos que van a la zaga, se dan cuenta de la torpeza de los nuevos y se compadecen.
Los primíparos son unos estudiantes regulares y chocantes, pero lo cierto es alguna vez todos fuimos unos primíparos.