Por Tatta25

No hay nada más común desde la llegada de Facebook a nuestras vidas que escuchar a las amigas decir o quizá otros nos escuchan a nosotros decir: «Espera, espera un momento. Déjame y  me arreglo, que esta foto va para Facebook».

Tampoco falta quien ladea la cara para encontrar su mejor ángulo, posar como modelo profesional y soñar desde que suena el obturador de la cámara con los comentarios que generará su imagen, esa donde presume de una playa internacional, de la ropa nueva que compró y hasta del galán con el que se besó.

Pareciera que el exhibicionismo hubiese reemplazado la espontaneidad en esta época tecnológica.

A la preferencia de lo virtual sobre lo real se le suman las consecuencias que tantas fotos en la red podrían traer.

Detengámonos a pensar por un momento: ¿qué diría nuestro potencial jefe si se le da por googlear nuestro nombre y, en vez de encontrar alusiones profesionales, encuentra una amplia galería en las que priman nuestras imágenes en vestido de baño o en plena borrachera con la cerveza elevada como el máximo trofeo de una noche loca? Dudará sobre si estamos más interesados en pasarla bien o en ser profesionales comprometidos con nuestras profesiones.

Por eso, cada vez que vayamos a subir una foto a Facebook pensémoslo dos veces. Detengámonos una vez más, pero en esta ocasión a reflexionar sobre la reputación digital que queremos vender. ¿Estaremos nosotros mismos cerrándonos las puertas? Cuando vayamos a una fiesta o a la playa no debemos dudar en disfrutar, pero deberíamos hacerlo sin pensar tanto en la vida digital.

A veces se nos olvida que tanta virtualidad puede llegar a traernos problemas reales.