Los periodistas parecen ser intocables, le he escuchado decir varias veces a quienes son el blanco o los protagonistas de las noticias locutadas, televisadas o escritas por los hombres y mujeres de la prensa. También le he escuchado quejas al público, ese que a diario lee, escucha o ve las informaciones.
Cuando un periodista está en problemas, por ejemplo, se desata una solidaridad en el gremio que llega a tener tintes exagerados. En ocasiones se da por descontado que el comunicador es la víctima y la persona con la que discute el victimario.
Tener el poder de difundir la información hace que muchos pierdan su norte y terminen convirtiéndose en sicarios con cámaras, grabadoras o micrófonos. Y es que con intención, o por negligencia, quienes trabajamos en los medios podemos llegar a hacer más daño con nuestros elementos de trabajo que un gatillero con un revólver.
La autocrítica no siempre es común, por lo menos no de manera abierta. Sí es común que en pequeños grupos los periodistas discutamos enfoques propios y ajenos, pero no siempre con la disposición pública que sí solemos tener para analizar las equivocaciones de los otros. En parte porque nos cuesta trabajo ser humildes para que otros critiquen y den sugerencias sobre la manera como contamos la realidad. Nos rehusamos a ser nosotros los expuestos.
En privado también solemos cuestionar los métodos usados por algunos colegas para conseguir la información y hasta tenemos indicios de quienes suelen chantajear a las fuentes para, a cambio de dinero, no manchar su nombre con una publicación. Eso en plata blanca se llama extorsión. La mano dura, sin embargo, suele quedarse escudriñando la vida de los otros.
La cohesión del gremio se queda corta cuando se trata de propender por mayor calidad periodística. Los apuntes por un oficio sincero llegan, en su mayoría, de personas externas, de ejercicios didácticos impulsados por universidades, instituciones públicas o fundaciones privadas. El autocuestionamiento expresado a puerta cerrada por quienes se le miden a participar en estas actividades pareciera quedar en el olvido cuando se vuelve al puesto de trabajo.
En medio de estas reflexiones sueltas sobre el periodismo encontré que el Proyecto Antonio Nariño, impulsado por organizaciones nacionales e internacionales para promover la libertad de expresión e información en Colombia, presentó este 11 de diciembre los resultados del Índice de Libertad de Expresión y Acceso a la Información Pública, el más amplio estudio de su tipo que se haya hecho en el país, dice la Fundación Nuevo Periodismo en su sitio web.
De los resultados hay uno que muestra un panorama preocupante: el 50 por ciento de los periodistas consultados dijo conocer a un colega que cobra por hacer entrevistas. Eso, según se aprende en la facultad de Periodismo, no es ético. Sí, el gremio que suele acusar a políticos y empresarios también tiene prácticas poco claras, tiene a corruptos en sus filas. Mientras tanto, la sociedad informada, esa que hace posible una verdadera democracia, sigue herida a muerte con tanto periodista en orillas distintas a la de los principios fundamentales del oficio.