A mi maestro Jean-François Fogel

Lo de hoy es un monográfico. Esta semana se cumplió un año del fallecimiento de mi mentor Jean-François Fogel. Cuando murió no fui capaz de poner tres frases juntas para expresar mi desconcierto, mi tristeza, mi soledad. Solo prendí una vela, le mandé mensajes por Whatsapp –como si eso tuviera sentido–, y leí y releí la crónica que escribió Héctor Feliciano sobre sus últimas horas de vida. Lo que Héctor contaba era todo lo que me reconfortaba: que alguien lo había ayudado, que no había sufrido, que no estaba solo. 

Fogel era único. Mis caminos profesionales me han regalado el privilegio de conocer excelentes profesionales, grandes seres humanos y grandes maestros. El Jean-François Fogel que yo conocí era todo al mismo tiempo: un excelente profesional, un gran ser humano y un gran maestro.

Tenía un amplio conocimiento de la gestión de procesos y lo compartía con generosidad.  Un día pasé por la cocina de la Fundación Gabo –en ese entonces aún se llamaba FNPI–. Él estaba allí. Me preguntó cómo estaba. Abrumada, como vivía en ese entonces, le dije que muchas cosas de la planeación de comunicaciones del Festival Gabo no habían salido bien. Hablaba de las costuras, de esas cosas que estaban en el plan y que habíamos agonizado para hacer, que habíamos hecho a medias o que habíamos tenido que improvisar en el camino. Él, con su pragmatismo de siempre, me dijo: “Bueno, pues no trabajas en un banco donde todo debe ser perfecto y planeado”. Asentí con resignación.

Luego, en el que probablemente fue el primer momento decisivo de mi tiempo en Gabo –hablo de 2016–, le pregunté: “¿Tú me ayudarías a hacer una evaluación del Festival?”. Me contestó: “Necesito post-its de diferentes colores y pliegos de papel. Reúne al equipo mañana. Yo coordinaré la sección. Tú no podrás hablar más que cuando yo te diga”. Así era Fogel.    

En esa jornada aprendí a hacer una evaluación y entendí la importancia de hacerlas sistemáticamente y con método. Eso definió mi forma de trabajo y la forma cómo lideré en adelante al equipo de comunicaciones. Con el tiempo aprendí que lo que hacíamos estaba basado en el design thinking y he ido perfeccionando mis técnicas. 

Entendía lo digital como pocos y enseñaba con generosidad. Cuando llegué a la Fundación Gabo, entonces FNPI, había 45 sitios web activos. Sí, 45. Jean-François sacó su bloc amarillo y me ayudó a poner la casa en orden. Siempre que le llevaba un reto, me ayudaba con generosidad. Lanzamos Centro Gabo, rediseñamos Premio Gabo y Festival Gabo, creamos formatos, organizamos bases de datos, trabajamos en un CRM, en una migración, cambiamos la marca de FNPI a Fundación Gabo, y prácticamente todo pasó por su bloc amarillo. Nunca sabremos cuántos medios fueron conceptualizados o crecieron en esos bloc amarillos.

Era un gusto escucharlo hablar del mundo digital. Parecía que viniera del futuro.  

Se juntaba con los mortales y se ensuciaba las manos. Jean-François era miembro del Consejo Rector y de la junta directiva de la Fundación Gabo, y muchos líderes de medios estaban dispuestos a pagar mucho dinero por una asesoría con él. Cuando visitaba Cartagena, que por fortuna era varias veces al año, siempre pasaba por la oficina de comunicaciones y se sentaba un rato a trabajar allí. Nos decía, sin palabras, que estaba cerca por si lo necesitábamos. En el Festival Gabo, el equipo de comunicaciones tiene un centro de operaciones, una oficina modesta, que, por supuesto, no tiene las comodidades de la sala de invitados. Jean-François también nos visitaba allí. Nunca dijo “aquí estoy por si me necesitan”; solo estaba allí por si lo necesitábamos.

No sé cómo lo lograba, pero su presencia nunca fue intimidante. Para mí, y para el equipo de comunicaciones que dirigí, no era el miembro del Consejo Rector y de la junta directiva; solo era Jean-François, nuestro Jean-François. Una vez lo llevamos a La Estrella, una tienda de esquina que vende cervezas, pone vallenatos y sirve almuerzos a precios cómodos. No recuerdo qué comió. Probablemente no comió nada, pero vaya que nos reímos. Nunca invitamos a otro directivo a un espacio como ese: eso era para los amigos.    


Preguntaba, escuchaba y nos tomaba en serio. Hablé con Fogel en varias ocasiones durante los días más duros de la pandemia por COVID-19. Siempre empezaba preguntando: ¿Cómo estás? ¿Cómo está el equipo?”. Una de las cosas que lo hacía único era que cuando te preguntaba algo, te escuchaba. Él no preguntaba por protocolo, ni hacía multitasking mientras te hablaba: si sacaba tiempo para ti, era para ti.

Durante la cuarentena, la Fundación Gabo pasó de ser una organización de actividades presenciales a reinventarse, a toda máquina, en la virtualidad. Un día, agobiada con muchas cosas en mi plato, lo llamé a pedir consejo. No me dijo lo que tenía que hacer –pocas veces lo hacía y solo cuando se trataba de decisiones puramente técnicas–; sin embargo, lo que me dijo guió mis decisiones el resto de la pandemia: “Recuerda que todos están sufriendo. Procura que lo que hagas no agregue más sufrimiento”. 

Ayudaba a sus alumnos a crecer y crecía con ellos: Cuando fue seleccionada en el programa A Digital Path to Entrepreneurship and Innovation for Latin America, de ICFJ, siguió de cerca el proceso. Me sugirió lugares que visitar y me puso en contacto con colegas en Estados Unidos. Cuando terminé el programa me impulsó a poner en práctica lo que había aprendido. Me abrió un espacio, en un taller que él dirigía en el Festival Gabo, para que hablara de inteligencia artificial a un grupo de editores de medios de América Latina. Era 2019. Fue la primera vez que hablé en público sobre inteligencia artificial.  No tenía necesidad de invitarme: él dictaba el taller con Gideon Lichfield, una persona ampliamente informada sobre el tema. Lo hizo y me impulsó a recorrer un camino que no he parado de transitar desde entonces. 

Cada paso profesional que di desde 2016 lo consulté con él. Conversamos de todos los programas a los que postulé. Jean-François me dio alas cuando decidí dejar mi querida Fundación Gabo e irme a Google News Initiative. También me conectó con La Silla Vacía y me asesoró mientras trabajaba en la migración a un nuevo CMS. La semana antes de lanzar el sitio, cuando él ya se había ido adonde quiera que van las almas, reabrí un correo que me había dejado hacía un año. Allí encontré la respuesta para un problema que no sabía cómo resolver.

Solo le pedí una carta de recomendación. No me dijo “haz un borrador y yo la firmo”. Él la escribió. La guardo como un tesoro. Así empieza la carta:

I have known Karen de la Hoz since she joined the foundation in 2016. Our institution has 35 permanent employees. This size allows me, given my position, to be in contact with most of them. My relationship with Karen is the closest. I talk with her on a regular basis about developments in the world of digital information beyond the work we do together in online and offline activities of the foundation.

La última vez que lo vi fue en enero de 2023. Él había ido a Cartagena a una reunión de la Fundación Gabo, y yo había viajado para almorzar con él, para contarle cómo me iba en La Silla Vacía, para escuchar en qué proyectos andaba. Almorzamos pescado. Yo tomé cerveza y él agua. Yo comí postre y él no. El tema central fue ChatGPT, hablamos sobre inteligencia artificial generativa y sobre cómo esto lo cambiaría todo.

La última vez que hablamos por Whatsapp fue cuatro días antes de su muerte. Él estaba preparando un gran taller del que habíamos conversado en varias ocasiones. Ese día me contó la estructura del taller y pidió mi opinión sobre las personas que quería invitar a hablar sobre inteligencia artificial. Me dijo que lo llamara la semana siguiente para contarle cómo iba con la migración de La Silla Vacía. Nunca pude decirle: Jean-François, todo salió bien. Fue mejor de lo que esperábamos. No fue una catástrofe.

El sábado 18 de marzo salí a hacer compras y no me llevé el celular. Cuando volví tenía una llamada perdida de Miguel Montes y una de Daniel Márquinez, mis entrañables compañeros de batallas de Fundación Gabo. Supe que algo pasaba. Llamé a Miguel. Recuerdo palabras: Jean-François, ACV, irreversible, cuestión de horas. Me senté en el piso, lloré, fui a comprar una vela, lloré, prendí la vela, lloré, esperé que el teléfono sonara, lloré, busqué en internet alguna noticia, lloré.


Tras su muerte, varias personas me pidieron que escribiera sobre él. En ese momento no estaba lista para hablar sobre el Jean-François que yo conocí. 

Gracias, MAESTRO.
Sigue descansando en paz.