Por @kpdelahoz
Recuerdo la primera vez que alguien tomó mi muñeca para impedir que llevara el tenedor al plato que el mesero acabada de poner frente a mí. Eran unas costillitas de cerdo en salsa de lulo, servidas sobre una hoja de plátano y acompañadas con papas crocantes y ensalada. La abrupta interrupción estaba plenamente justificada para mí acompañante: antes de alterar el plato había que tomarle una foto.
La situación se ha repetido en comidas, paseos y viajes… y hasta en centros comerciales. En la pasada Navidad, me recuerdo accionando una cámara dentro de una sede de las que usa Papá Noel para recibir las peticiones de los niños en los centros comerciales. Mientras mi acompañante me sugería nuevas formas de capturar el momento, yo pensaba: ¿Es en serio?
No tengo copia de las fotos que resultaron de las situaciones anteriores, pero las imágenes están fijas en mi mente. Sin un abultado registro gráfico, también recuerdo los paisajes de mis viajes, mis amaneceres en la playa, los atardeceres naranja y los días de montaña.
Toda esta introducción simplemente para sugerirles una columna de Umberto Eco llamada Síndrome del ojo electrónico:
En varias ocasiones he hablado acerca de cómo dejé de tomar fotografías en 1960, después de una gira para conocer catedrales francesas que yo había fotografiado como un demente. Al regresar a casa del viaje me encontré en posesión de una serie de fotografías muy mediocres, y ninguna memoria real de lo que había visto. Arroje la cámara y durante mis viajes posteriores sólo he grabado en mi mente lo visto. He comprado excelentes tarjetas postales, más que para mí, para otros, para recuerdos futuros. Texto completo en este enlace.
Ñapa: Recomiendo este post de alter eddie en su blog ¿Se lo explico con plastilina?