AUTOR INVITADO
Por Leonardo Rúa De la Hoz*
Como muchos colombianos, sin importar el peso que tengan, me declaro un seguidor del talento humorístico de Alejandra Azcárate. No saldré en su defensa ni mucho menos la atacaré porque creo que ya es suficiente con las toneladas de críticas que ha recibido desde aquel ‘fatídico’ jueves en el que se atrevió a publicar su acérrima posición contra las ‘gorditas’.
Tengo familia y amigas gorditas a las que les ‘resbalaron’ los comentarios de la Azcárate. Al contrario, aseguran sentirse mejor así, que “escualidas y flacuchentas como la columnista”.
El tema va más allá del peso. Porque fácilmente pudieron ser las flacas, los negros, los gays, los cabezones u orejones, los religiosos, mojigatos o los pervertidos el blanco de la columna de Azcárate. Cualquiera del grupo poblacional mencionado, y la lista es inmensa, puede sentirse indignado cuando, a través de los medios, se les despotrica en su máxima expresión.
Alejandra hizo su trabajo, lo que sabe hacer, escribir con sátira y muchos leyeron y rieron. Otros la cuestionaron fuertemente, le llamaron irrespetuosa y tal fue la presión de la gente, gorda o no pero sí bien indignada a través de las redes sociales, que en cuestión de horas, Claudia Galindo, directora de la Revista Aló, escribió una excusa para sus lectoras en la página web.
Para Azcárate hay temas de trascendencia nacional a los que sí se les debe prestar atención. Para las miles de indignadas gorditas es un triunfo sobre sus derechos a verse y sentirse así. Fue un contrapeso contra la burla, eso no es humor.
* Periodista, docente y redactor de la Casa Editorial El Tiempo. Texto publicado inicialmente en su columna semanal ‘Entre andamios’, en el diario ADN de Barranquilla.
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