[Opinión] Lo que aprendí del Bang Bang Club

AUTOR INVITADO

Por Leonardo Rúa De la Hoz*

De dilemas éticos estamos rodeados los periodistas. Y la verdad no somos jueces ni parte, solo observadores de la vida y quizá, también, de la muerte. A ella nos enfrentamos a diario, en las calles, en las protestas, en medio de batallas incontrolables.

Gracias a este duro trabajo, la sociedad en Barranquilla, Londrés o Kuala Lumpur se informa de los horrores de las guerras. Un oficio riesgoso y, aún así, somos señalados de carroñeros, rapaces y hasta paparazzis.

Luego de ver la película ‘El club del bang bang’ llegan a mi mente dos fotografías, ambas Premio Pulitzer, tomadas por los fotógrafos sudafricanos Greg Marinovich y Kevin Carter.

El primero captó un hombre en llamas, decapitado mientras ardía su cuerpo, producto de la sangrienta lucha contra el Apartheid entre el Congreso Nacional Africano (CNA) y el Partido de la Libertad Zulu Inkatha. Y, el segundo, retrató en la aldea de Ayod, en Sudán, el paso de una niña desnutrida seguida por un buitre.

¿Qué pasó con el hombre antes de ser encendido? y ¿qué sucedió con la niña luego de la foto? Ahí está el dilema. Mal o bien, cruel o no, premiados o no, las fotografías fueron tomadas y quedaron para la posteridad. Es más, ayudaron al mundo a entender la crudeza de la guerra y del hambre en los países africanos.

Auxiliar al hombre o a la niña no era la función del fotógrafo, captar la imagen, sí. Más allá de la humanidad discutida de Greg y Kevin, el periodismo honró y premió su trabajo profesional. No nos llamemos a engaños: muchos las hubiésemos tomado.

* Periodista, docente y redactor de la Casa Editorial El Tiempo. Texto publicado inicialmente en su columna semanal ‘Entre andamios’, en el diario ADN de Barranquilla.

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